martes, 20 de septiembre de 2016

El León que se coronó en el templo del fútbol

Miguel Armando Rugilo está en el podio de los arqueros más importantes de la historia de Vélez.  El 9 de mayo de 1951 su nombre ingresó para siempre en la memoria del fútbol argentino. Su extraordinaria actuación ante Inglaterra, le valió un apodo mítico, de esos que se transmiten de boca en boca, de generación en generación: “El León de Wembley”. Aquí su historia.
Por Andrés Canta Izaguirre (Buenos Aires, Argentina), socio del CIHF.

Para muchos, junto a José Luis Chilavert, Miguel Armando Rugilo fue el mejor arquero que tuvo Vélez en su historia. Especialista en atajar penales, es el guardameta que más tiros desde los doce pasos contuvo en la historia del club (Rugilo 14, Chilavert 12, marca la estadística). La justa fama se empezó a moldear cuando en 1949 atajó en forma consecutiva los cinco primeros penales que le patearon en el campeonato (Higinio García de Racing, Scliar de Boca, Ardanaz de Ferro, Vernazza de Platense y Pizzutti de Banfield). Un año más tarde, logró una hazaña más importante aún: fue uno de los primeros arqueros que atajaron dos penales en el mismo partido. El 29 de octubre de 1950, en un encuentro ante River Plate que terminó igualado sin goles, les detuvo primero a Castro y después a Loustau. Sin embargo, este hecho inusual ya se había producido antes jugando Vélez en la B en 1943, frente a Talleres de Remedios de Escalada en partido que ganaron 6 a 3.

Surgido de la cantera del club, debutó muy joven en la primera de Vélez. Con 19 años ocupó la valla en las últimas cuatro fechas del campeonato de 1938. Se mantuvo en el plantel, alternando con la Reserva, durante 1939 y 1940. Épocas donde el titular indiscutido era Jaime Rotman, pero a quien le quedó el estigma de haber sido el arquero del equipo que perdió la categoría en 1940. Rugilo tuvo continuidad en el puesto recién en 1942 y al año siguiente fue un sólido pilar en el equipo que se coronó campeón del torneo y retornó a Primera. Promediando el campeonato de 1944, y siendo titular inamovible y capitán, recibió una oferta del fútbol mexicano difícil de rechazar para la época y se fue a jugar al León de ese país, a pesar de los esfuerzos que hizo el club para retenerlo. Hasta se le prometió construirle una casa si se quedaba, pero la propuesta económica del León pudo más. Al emigrar sin la autorización de la AFA, la máxima autoridad del fútbol argentino decidió su expulsión.

En el país azteca cumplió una destacada actuación obteniendo el campeonato en dos oportunidades y ganando una edición de la Copa de Campeones. En ese equipo brillaron junto a él otros jugadores que también habían vestido los colores del Fortín: Antonio Battaglia, Marcos Aurelio y Ángel Fernández. En 1946, gracias a una amnistía decretada por la AFA volvió a Vélez, en un momento crucial ya que ningún arquero del plantel parecía hacer pie en el puesto. En la primera rueda de ese campeonato pasaron por los tres palos, sin suerte, Alberto Martinuzzi, Juan Carlos Marcello y Alberto Vouillat. La vuelta de Rugilo acomodó las cosas, gracias al esfuerzo que una vez más hizo el club para volverlo a contar entre sus filas. El costo de su pase (más de 20.000 pesos de la época) fue financiado con un préstamo del Banco de la Provincia de Buenos Aires, del cual fueron garantes varios dirigentes del club, entre ellos (¡cuándo no!), don José Amalfitani. En el período que va de 1946 a 1952 formó uno de los tríos defensivos más famosos de la historia del fútbol argentino. Tan reconocido, que aún hoy muchos lo citan de memoria: “Rugilo, Huss y Allegri...”.

Terminado el campeonato de 1952, con el pase en su poder, pasó al Palmeiras de Brasil, donde jugó un año. Pero debido a un problema relacionado con el cupo de jugadores extranjeros volvió al país en 1954 para desempeñarse en Tigre. Con asistencia perfecta en las tres temporadas en las que actuó, fue pieza clave para la permanencia del equipo en Primera División. Terminó su carrera en el O’Higgins chileno, para el cual atajó en 1957 y 1958.

Su paso por el seleccionado argentino fue corto pero inolvidable. De los cuatro partidos que jugó se recuerda especialmente el del 9 de mayo de 1951. Ese día nuestra Selección Nacional, después de un largo período de aislamiento, se presentó por primera vez en el legendario estadio de Wembley frente al poderoso equipo inglés. A pesar de perder por 2 a 1, la actuación de Rugilo fue tan descollante que se ganó una inusual y fabulosa ovación del siempre exigente público local. Nuestro representativo arrancó ganando 1 a 0 a poco de empezar el partido. La selección anfitriona, invicta en su casa, se sintió tocada en su orgullo. Pero la marea inglesa chocaría esa tarde contra una muralla casi infranqueable: un Rugilo inspirado como nunca, que atajó todo lo que le tiraron. Descolgó centros, tapó remates a quemarropa, rechazó con los puños y se jugó el alma tirándose a los pies de los delanteros ingleses. Recién a pocos minutos del final el equipo local pudo dar vuelta la historia con un gol en posición adelantada. La imagen que resume ese día histórico es la de la foto que lo inmortalizó: su físico imponente en una de sus tantas estiradas, la cara contraída por el esfuerzo y la pelota, una vez más vencida, rechazada de la valla argentina.

Miguel Armando Rugilo falleció el 16 de septiembre de 1993, víctima de una crisis cardíaca. Sin embargo, 42 años antes, “El León de Wembley” ya había entrado a la eternidad...


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